Revista de la Municipalidad Distrital de Marca

3 nov 2007

KOILLARQAQA. Piedra de Estrellas

Marca es un pueblo de cultura milenaria, por eso guarda numerosos restos arqueológicos que serían la delicia de cualquier arqueólogo, historiador o viajero. Uno de esos lugares misteriosos es Koillarqaqa, una piedra enorme con agujeros pequeños y grandes que habría funcionado como espejo astronómico, ubicado en la chacra de Pacón, muy cerca de Marca. Aquí la breve crónica de una sorprendida visita.

Escribe: Ricardo Vírhuez Villafane.
Habíamos oído hablar de una enorme y misteriosa piedra con representaciones planetarias y estelares de nuestros enigmáticos antepasados llamada Koillarqaqa (de Koillur-qaqa, que significa Piedra de estrellas, o también Estrellas grabadas en la roca), y la curiosidad empujó nuestra decisión de ir a conocerla. Por eso, una vez que llegamos a Marca, nos apresuramos a indagar sobre esa piedra, sus representaciones y sus posibles significados.

–Está en Pacón, en mi chacra –explica Augusto Padilla, entonces secretario del municipio marquino, quien esa misma noche sufriría un fatal accidente en la carretera.

Nos dicen que está cerca, detrás de Sháncur. Miramos hacia arriba y descubrimos que Sháncur es la punta de la montaña que tenemos frente a nosotros: escarpada, erguida y atenta cual si intentara arrojarse al vacío, con una cruz de madera coronando su testa.

–Koillarqaqa es un observatorio astronómico –explica Samuel Vírhuez, nuestro guía, mientras ascendemos sobre los 3,000 msnm– que los gentiles usaban para ubicarse, para conocer las estrellas, para saber cuándo sembrar y cosechar.

Solo la subida de Sháncur resulta pesada; después el camino se hace plano y desciende levemente hacia Pacón, un conjunto de chacras que mira hacia las profundidades donde se mece el río Queshcán. Nos acompañan las altas siluetas de los eucaliptos y las pencas en el camino, el aire es frío y seco y penetrante, y las wayanitas (golondrinas) y loritos verdes no dejan de sorprender nuestra mirada.

Hacia el fondo se ve la costa, un haz violeta de montañas que parecen pequeñitas en la lejanía.
Por fin llegamos a Koillarqaqa. Se trata de una chacra de maíz ya cosechado. Nos acercamos con medida curiosidad y descubrimos la cabeza de una enorme piedra semienterrada en medio de la chacra, por donde sin duda pasan los animales y juegan los niños. Pero lo que nos deja mudos es su repentina visión: cuatro hoyos de diferente tamaño, y a un lado, una numerosa cantidad de huecos pequeñitos que semejan una lluvia de planetas, la vía láctea, el cielo infinito; incluso destaca claramente un hoyo pequeñín con su larga cola: la imagen de una estrella fugaz o de un cometa cercano y conocido...

Como había tierra reseca entre los huecos, trajimos agua y limpiamos los bordes. Enseguida hicimos las mediciones. Cada uno de los cuatro hoyos grandes medía 30, 40, 50 y 60 centímetros de longitud. Contamos primero 28 huecos pequeños, y pensamos: los 28 días del mes lunar. ¿Y por qué cuatro hoyos grandes? Pensamos: los 4 suyos, los cuatro universos andinos... Sin embargo, la limpieza con agua nos descubrió más huecos pequeños, y dejamos de especular con los meses lunares.

El único estudio conocido sobre esta zona pertenece a Odilón Bejarano, quien en un artículo publicado en 1999 señala que Koillarqaqa es un espejo astronómico. Explica que los cuatro hoyos cavados en la roca granítica se llenaban con agua y zumo de hierba santa, y funcionaban como espejos. Los astros se reflejaban mejor en el agua, y de ese modo, por las noches, era más fácil visualizar la trayectoria de la luna y las estrellas. ¿Para qué servía? Para elaborar un calendario agrícola, primera preocupación de los antiguos agricultores peruanos.

Pero se debe a Carlos Milla el estudio de lo que llamó la Astronomía de los Espejos. Señala en su libro Génesis de la Cultura Andina que en muchos sitios arqueológicos se encuentran representadas las estrellas de las Pléyades en pozos redondos y superficiales, los cuales al llenarse con agua reflejan las constelaciones. Según Milla, estos pozos se encuentran en Choquechinchay (Chávín de Huántar), en Udima, Tupe, Sacsayhuaman e incluso en Machu Picchu. Y por supuesto, en Koillarqaqa, Marca.

–¿Ves ese promontorio de al lado? –dice Samuel, y señala una chacra cercana que mira hacia el río–. Se llama Coricoto, que significa Montón de Oro. Allí hay pircas antiguas, y los viejos cuentan que hasta hace algún tiempo la gente sacaba huacos y objetos de oro y plata de los gentiles. Incluso ahora, por las noches, se ven lucecitas como señal de entierros y tesoros.
Miramos con más atención las chacras de Coricoto. Ciertamente, descubrimos pircas antiguas debajo de las pircas nuevas.

Posteriormente, al bajar a Marca, el amigo Raúl Ferrer nos mostraría un juego de puntas de flecha, un mortero de piedra, una aguja y un silbador de hueso, una antara quebrada de arcilla, y la cabezota de un tupu o prendedor antiguo. Pero entonces, atendiendo a la relación entre Coricoto (montón de oro) y Koillarqaqa (estrellas grabadas en roca), comprendimos que nos encontrábamos ante un centro religioso de importancia. Los objetos de oro y plata encontrados antiguamente solo eran muestras de la riqueza que –tal vez– guardaban sus entrañas ocultas por el tiempo, en espera de los arqueólogos que pudieran descubrirla y estudiarla.

Nuestra visita ha terminado. Y volvemos al pueblo, emocionados por el encuentro con el pasado ceremonial de los antiguos marquinos.

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